jueves, 21 de febrero de 2013

El fútbol como modelo

En el año 2010 la selección española culminó el sueño de millones de personas, de todas las generaciones, que habían anhelado la consecución de una Copa del Mundo de fútbol.

Fue un éxito sin precedentes, pero sí con unos claros antecedentes, sobre los que me gustaría reflexionar.

Voy a evitar entrar en cuestiones acerca de si el fútbol es una pasión de masas, un entretenimiento que atonta a la sociedad distrayéndola de cuestiones más importantes. Tan sólo me mojaré algo en favor del fútbol para decir que soy practicante habitual de este deporte que tan buenos momentos me ha hecho pasar. No soy un seguidor acérrimo, pero sí me gusta verlo en alguna ocasión, máxime cuando en el campo se enfrentan jugadores talentosos en máxima competición.

Sobre gustos nunca cuestionaré, pero me parece que no se puede menospreciar el arte que encierra intentar hilar una jugada con un elemento de movimientos tan azarosos como es un balón de fútbol golpeado con cualquier parte del cuerpo salvo las manos (manos con las que el hombre se ha distinguido de muchísimas especies animales). El fútbol no desmerece de cualquier otra práctica artística, donde cada gesto está ensayado por el artista hasta la extenuación, con el añadido de una mayor carga de aleatoriedad. Si hay personas a las que encantan los firmes pasos de una bailarina clásica sobre las tablas de un teatro, no seré yo quien reste belleza a las chilenas que en su día realizaba Hugo Sánchez, -dignas de un gimnasta-, o a la manera de driblar adversarios, sólo con un gesto, de Leo Messi. En todos los casos hay un talento puesto de manifiesto.

Sin embargo, sí me gustaría estudiar cuáles pueden ser algunas de las claves de este éxito, y cómo nos puede otorgar ideas extrapolables a otros ámbitos.

De nuestro progenitores conocemos que España ha sido siempre un país eminentemente futbolero. Mi padre me contaba cómo cuando él era pequeño, los niños hacían una pelota con algunos trapos viejos entrelazados y anudados. Ya posteriormente, cuando yo era pequeño, el fútbol estaba tan implantado que era muy habitual practicarlo a la salida del colegio en cualquier solar o los fines de semana en competiciones algo más formalmente preparadas.

Ya desde hace algunos años, podemos observar el gran entramado de escuelas deportivas y clubs que componen el panorama futbolístico nacional. Es muy difícil que encontremos casos de niños que no hayan probado la práctica deportiva del fútbol en algún momento de su vida.

Total, que tenemos un país en el que 3,5 millones de niños con edades comprendidas entre 5 y 19 años practican fútbol con el sueño de ser algunos de los 1000 futbolistas que militan en un equipo de Primera o Segunda División. No cuento en estas cifras a las niñas, porque como sabemos no ocurre lo mismo, pero a nadie le puede extrañar que la senda que sigue es la misma.

Sólo esos 1000 futbolistas que juegan en Primera y Segunda División se pueden permitir el lujo de vivir de su talento; al menos mientras dura su carrera futbolística. El resto tendrán que conformarse con convertir su mayor o menor talento en un hobby.

Los niños se encuentran en un entorno en el que el fútbol está omnipresente. La prensa y la televisión ensalzan a los futbolistas. Además, la práctica deportiva del fútbol en sí misma constituye un juego. Todo constituye un caldo de cultivo excelente para la maquinaria futbolera.

Ahora, tratemos de imaginar que existieran talleres de ciencias en todos las escuelas y distribuidos por centros cívicos, bibliotecas y demás centros culturales. Tratemos de imaginar que en ellos se adiestrara a los niños en  el amor a las ciencias a través de experimentos de física o química, jugando con mecanos o con juegos de magia. Imaginemos que existiera una mayor cobertura mediática del trabajo de los grandes científicos con un seguimiento continuo de las investigaciones en las que están incursos, con documentales científicos y divulgativos que atrajeran la atención de los niños. Eso, hoy día se está empezando a hacer, pero hay que redoblar esfuerzos y profundizar en las metodologías educativas que se emplean.

Para un niño el recreo y la clase de educación física constituyen una recompensa, un premio a su dedicación. Hagamos que todas las materias que se imparten sean igual de atractivas. Juguemos, practiquemos, impliquemos a todos los sentidos, a la motricidad del niño, a sus sensaciones, como precursoras de sus sentimientos. El fútbol tiene eso: implica al ser como individuo con todas sus características propias y como parte de un equipo; tiene sus recompensas y pone en juego sentimientos. Si una clase de biología la ilustramos con las mascotas que lleven los niños al colegio, de esa experiencia educativa puede surgir el amor a los animales y quizás la vocación de otro Félix Rodríguez de la Fuente, personas a las que el amor a su profesión les reporte su felicidad personal y la capacidad de mostrar un talento superior.

En el largo camino que supone el cambio de paradigma en el modelo educativo, tendremos algún día que abandonar las viejas concepciones que basan la educación en una evaluación acerca de si se posee o no un determinado conocimiento sobre las materias clásicas. Pasaremos paulatinamente a educar en la capacidad de generar ideas en las temáticas hacía las que cada persona vaya mostrando su interés y en saber gestionar y administrar esas ideas para cumplir los objetivos que personal y profesionalmente nos marquemos.

Paralela y complementariamente a los cambios que deben acometerse en el sistema educativo, debemos construir un entramado que procure sistemas de detección temprana de las habilidades y facultades de las personas, y fundamentalmente de sus motivaciones personales. Igual que hay muchos ojos detrás de cada niño que juega al fútbol buscando el próximo Andrés Iniesta, pongamos la atención en cada niño y niña que corre, salta, hace figuras de barro o emborrona un papel , porque al igual que no nos va a faltar fútbol en las próximas décadas, no deberían faltarnos los futuros Alexander Fleming, Federico García Lorca, Mozart, Marie Curie o Nadia Comaneci, por citar algún ejemplo.  




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