martes, 9 de abril de 2013

Test de la esponjita

Walter Mischel es un reputado psicólogo austriaco que puso en práctica a lo largo de 15 años un test que trataba de medir el control de los estímulos y la capacidad del refuerzo retardado.

Para ello disponía a los niños de 5 años ante una golosina, las típicas esponjitas americanas, indicándoles que tenían dos opciones: comérsela o dejarla ahí sin comer durante varios minutos, y que en este último supuesto serían recompensados con otra esponjita más. Acto seguido se dejaba al niño solo.

El niño se encontraba frente a frente con su dilema: satisfacer su deseo de golosina inmediatamente o aguardar con el fin de obtener una recompensa doble.


Los resultados fueron variados. Había niños que nada más dejarlos solos se echaban la esponjita a la boca, otros que la olían, otros preferían taparse los ojos, que la tocaban y jugaban con ella o que incluso la mordisqueaban y otros que aguantaban estoicamente frente a frente con la fuente de deseo.

Mischel llegó a constatar que el test medía con mayor precisión las competencias sociales y el desarrollo académico de los niños que los propios test de inteligencia, en un estudio que observó la evolución de estos niños durante años. Mientras que es posible encontrar personas inteligentes que no consiguen encauzar su vida social de manera que les permita una integración efectiva para sus intereses en la sociedad, es poco probable que las personas que muestran grandes desempeños en el test de la esponjita (marsmallow test) no desarrollen una vida social adecuada y éxitos académicos.

Surgirían entonces una serie de cuestiones cuya resolución sería pedagógicamente muy instructivas:
-¿cómo hacer que los niños tengan un mayor control de sus impulsos?
-¿qué recompensas son las que deben reforzar esta actitud?

Estaríamos hablando de que el éxito proviene de la capacidad de dilatar la recompensa. Sin embargo, hay autores que están sacando nuevas conclusiones de este viejo experimento. En esta linea, el rumano Dragos Roua formula algunas interesantes reflexiones.

Dragos considera que la hipótesis de partida del experimento da por sentado algunas cuestiones. Cuestión fundamental es dar por supuesto que los niños desean una segunda esponjita. Es natural pensar que si desean una, querrán dos. Pero esa es precisamente la cuestión que se obvia: el niño se enfrenta a la posibilidad de elegir comer una esponjita o esperar con la promesa de obtener otra más. El niño se enfrenta a algo que nos acompañará toda la vida: la toma de decisiones. Estamos diciendo entonces que los niños que deciden esperar una recompensa tienen más capacidad de éxito en el futuro. Yo creo que no. Y Dragos así lo piensa.

Lo fundamental es abordar una decisión (hoy es una esponjita, mañana será si estudiar lo que nos apasiona o lo que el entorno sugiera, si comprar una casa o alquilarla, etc), tener el compromiso de cumplir con los requerimientos necesarios (esperar, trabajar, estudiar, invertir dinero, etc.) y un aspecto subsidiario pero importantísimo: tener la confianza para mantener el compromiso. ¿Qué ocurriría con el experimento si se repitiera sucesivas veces pero en alguna ocasión el niño no obtuviera la recompensa esperada?. La vida es así, nos creamos unas expectativas que luego pueden verse ratificadas o venir abajo por la acción de los mercados, de un mal socio, de infortunios personales, etc.

Estudios posteriores basados en el Test de la Esponjita han demostrado la correlación existente entre el tiempo de espera para satisfacer el deseo de comerse la esponjita y la confiabilidad en el entorno. Para ello se trabajó con grupos a los que se había alimentado la confianza y otro al que se había traicionado la confianza previamente. Es por esta misma razón por la que el Test de la Esponjita no es medible directamente por los padres, ya que involucraría en definitiva la mayor o menor confianza que los niños tienen en que sus padres satisfagan sus expectativas.

Pedagógicamente no imagino un escenario en el que se enseñe construyendo entornos no confiables, así como no aplicamos dolor para mostrar los efectos de una caída con idea de enseñar mejor a conducir una bicicleta. La realidad está ahí, y ellos caerán porque las circunstancias así lo provocará. Pero en nuestra mano está hacer que perciban entornos totalmente confiables que les inspiren a coger la bicicleta de sus pensamientos y obras y ponerlas a correr.


Resulta pues importantísimo acometer un cambio en los modelos educativos, haciendo que se centren verdaderamente en desarrollar la capacidad de las personas de tomar decisiones, teniendo en cuenta los compromisos que deben asumir y las expectativas de confianza que les genere el entorno. Si perciben un entorno confiable, sus mentes trabajarán por tener siempre la agradable sensación de seguridad que tenemos cuando las cosas son como en teoría creemos que deben ser. De esas generaciones podremos esperar que surjan los cambios que nuestra sociedad demanda. A los adultos, se nos ha expuesto ya demasiado la desconfianza en todos los ámbitos: político, jurídico, institucional. Es la hora de poner la esponjita delante de los niños, y ayudarles a crear el compromiso y el entorno de confianza suficiente como para que con su propio esfuerzo sepan y confíen en obtener una segunda esponjita: su felicidad y la de los demás.

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